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Literatura Latinoamericana   

JOSÉ LEZAMA LIMA. A PROPÓSITO DE PARADISO
Marzo 30, 2009 por Néstor Pereira

En este caso no se puede empezar por ninguna parte, porque José Lezama Lima no tiene raíces ni hojas que hagan posibles la operación. Y si las tuviera, por las raíces asomarían los ciclones antillanos, las fachadas neoclásicas de la Habana, las plantaciones de café en Varadero y las zafras de caña en Santa Clara. Y por las hojas, nos podríamos acercar al Rig Veda, leer las fastuosas historias de la condesa de Merlán, padecer el tiempo como una resistencia de la creación, y hasta encender una radio desde la que Fidel Castro impulsaría a todos los cubanos a la batalla final por la agricultura.

Sería más fácil explicar de entrada que Paradiso, tal vez la obra maestra de Lezama Lima, de la que se han lanzado tantas ediciones, y que en el tiempo los estudiosos han querido desentrañar, ahora sigue siendo un enigma al igual que su poesía. Por eso, mi atrevimiento a caminar a través de Paradiso sigue siendo un impulso desde mis años de estudiante de Letras. 

Tampoco es este el modo de empezar, porque Paradiso se parece prodigiosamente a su autor; y si se habla del autor, son necesarias tantas páginas como las de la obra. El mejor método quizá, pero es sólo una aproximación, sería describir a Lezama Lima desde una hamaca de mimbre, al vaivén de la brisa solariega, tratando de escapar de las turufadas del calor habanero, con su pose búdica, su voluminoso cuerpo de huevo pascual, y con la imaginación suelta, en permanente viaje, entregada a incansables peregrinaciones. Así aparece él cada vez que alguien va a visitarlo; y en esa posición habría que leer a Paradiso para entender exactamente sus cábalas y sus claves.

El campamento de Columbia vio abrir los ojos de Lezama Lima en plenos preparativos de la navidad de 1910. Ese 19 de diciembre, el coronel de artillería José María Lezama quien formaba parte de esa élite castrense de los albores de la República, hacía los preparativos para mudarse con su familia a la Fortaleza de la Cabaña, pues sería nombrado Director de la Academia Militar del Morro. La paciente, Rosa Lima, era descendiente de emigrados revolucionarios que contribuyeran a la causa de la liberación.  

La rueda de la vida recorre en poco tiempo el trecho que separa el nacer del hijo y el fenecer del padre, a raíz de una influenza adquirida en Pensacola, lugar al que fue enviado para servir en las fuerzas aliadas que iban a combatir durante la primera conflagración mundial. Lezama se resiste a aceptar la muerte de su padre, y más tarde la desaparición de su madre, imágenes que van a dejar honda huella en el espíritu del poeta y que posteriormente recorrerán las páginas de Paradiso. El mismo se refiere a estos dos hechos al expresar: “Mi vida transcurrirá entre dos momentos de alucinación: yo acababa de cumplir ocho años cuando mi padre contrajo una gripe en Fort Barrancas, Pensacola, y se murió de esa enfermedad tan tonta. El estaba en el centro de mi vida y su muerte me dio el sentido de lo que yo llamaría más tarde el latido de la ausencia. El sitio que mi padre ocupaba en la mesa quedó vacío, pero como en los pitagóricos, acudía siempre a conversar con nosotros a la hora de la comida. La otra alucinación se precipitó hace pocos años cuando mi madre me dejó también. La imagen patriarcal nos dio unidad suprema e inspiró en mi madre la idea de que mi destino era contar la historia de la familia”. Y contó la historia en Paradiso   

Lezama Lima es esencialmente poeta. Sería necesario ahondar su mundo esencialmente poético para entrar con pie seguro en el estudio de sus ensayos, de sus poemas, y en este caso, de su novela Paradiso. Así, hay que considerar el halo de muerte que inunda el ambiente poético del poema – novela. La muerte es algo terrible; pero en Paradiso, la expresión de esa muerte no tiende hacia la aniquilación. Toma, al contrario, el camino de la resurrección: se hace poesía.

Paradiso ha sido calificada por algunos críticos como una obra autobiográfica al modo proustiano. Según el autor de la novela, este punto no se ajusta a su intención, aunque existen puntos de contacto entre Paradiso y En busca del tiempo perdido del autor francés. El juego temporal de Lezama Lima se mueve con base en un sistema de asociaciones más enmarañadas que el de Proust, además de que Paradiso, no es en modo alguno, una novela sobre el tiempo como lo es En busca del tiempo perdido. Por otra parte, las asociaciones en Proust corren a través de una lógica rigurosa; las asociaciones en Lezama Lima son tan libres que a veces resultan casi imposibles de rastrear y aún de verificar su existencia. No se debe olvidar que el mismo poeta nos habla de la vivencia oblicua. De allí que el autor cubano ha querido crear un cosmos singular. Aún cuando la novela está cuajada de referencias a lo real, no se convierte por ello en una mera autobiografía; pues en el texto tienen gran valor los elementos imaginarios por el impulso que desarrollan; impulso que paradójicamente llega a convertirlos, en algún momento, en reales.

El tema de la obra se circunscribe a la niñez y a la adolescencia: va del conocimiento de lo infantil asombroso al conocimiento de lo juvenil buscado. En la novela, la suerte y la desgracia han cabalgado siempre juntas, tal como ha ocurrido al autor en vida. Al lado de temas como la muerte y el azar, Paradiso, a pesar de sus dificultades en la expresión y en la interpretación, no se limita sólo a la narración poética, sino que se continúa en la palabra viva, en la conversación, en la amistad y en el mundo del ensueño. Para Lezama Lima, Paradiso le trajo “una alegría inesperada. Todas las puertas cerradas descubrieron su sentido. Aquí lo lejano está próximo, todos los opuestos se resuelven en forma de cercanía; por eso el capítulo de las modas es también el capítulo de la muerte”.

Lezama torna la mirada hacia su continente. Echó sus raíces entre los resquicios del empedrado. Abrió sus ojos hacia las verdades elementales de su ciudad natal, de la Cuba agrícola y neoclásica, desde donde todo el continente despierta como una siembra de primavera. Al mismo tiempo, fue construyendo con cadencias monacales algunos de los edificios más suntuosos del idioma, los pobló con criptogramas y retortas, olvidados desde los tiempos de la alquimia; y en la plaza mayor erigió, finalmente, una catedral barroca: la bautizó Paradiso, y eligió a América como madrina.

Después de leer Paradiso se me ocurre pensar en aquellos programas de la radio y la televisión de preguntas y respuestas donde el animador en un momento dado interroga: ¿lo toma o lo deja? En este caso no vale la pena enmendarle la plana al autor, ni reprocharle su ya notoria y tradicional posición críptica; puesto que Lezama seguiría siendo Lezama. La mejor decisión sería la de analizar la obra desde un cierto punto de vista, y de obtener lo que ella nos ofrece. Al fin, una obra de arte se salva, en principio, por lo que tiene más que por lo que le falta.

¿Lo toma o lo deja? Paradiso es una novela monumental no sólo en extensión sino en el navegar profundo, que en tanto escrita por un poeta resulta su mayor poema. Y es que Lezama obra siempre en poeta. He aquí la primera dificultad, porque es sabido que Lezama Lima es poeta de cerrada y peculiar personalidad creadora y que su obra no se rinde con facilidad. Ocurre, pues, que el escritor se lanza a la aventura creacional sin tener consideración alguna con las técnicas “ad usum”. Su discurso no diferencia entre poesía, prosa narrativa, ensayo, alegato o gesto verbal. Estamos ante un rodar fatigoso, no usual para las mayorías, que salta de alturas etéreas a planos domésticos, pasando por las más alambicadas ironías. Así, el lector se ve obligado a interrumpir su paso, detenerse, cambiar de tempo de lectura, meterse en lo supuesto y subjetivo, salir, volver a caminar y, con frecuencia perderse.

La profunda y minuciosa mirada retrospectiva de Lezama sobre nuestra poesía incita a prestar una más amorosa y detenida atención al caudal poético acumulado por el cubano en los tres siglos que siguen a la colonización, y que va desde el motete de la iglesia bayamesa hasta los versos multicolores de José martí. La palabra de Lezama resuella y ruge y pide apoyatura a ella misma; y por eso, a veces, repite y machaca el término como para coger impulso que no le llega al tiempo tradicional. Por eso crea, de hecho, un nuevo tempo, el tempo de la imagen. Con frecuencia vuelve a sus pasos para dar explicación de lo que poéticamente acaba de proponer. El verbo de lezámico es engullente en más de un sentido y se puede precisar en más de un pasaje, sea monólogo interior, construcción onírica, escenas tradicionales o simple exposición objetiva. Lezama otorga no solo a la ambientación sino a todas sus criaturas, la impronta de su palabra peculiar y asombrosa; lo mismo si se trata de un almuerzo criollo suculento, de un diálogo entre universitarios ilustrados, que de una cópula desenfrenada, coloquio callejero o algazara de criados. El mismo autor cita a Pitágoras quien habló de la existencia de tres tipos de palabra: simple, jeroglífica y simbólica; esto es, el verbo que expresa, el que oculta y el que significa.

En la novela no solo encontramos los tres tipos de palabra sino que muchas veces existe la fundición de las tres en variedades múltiples. Si nos permitimos ir por el camino de las interpretaciones (aquí tiene cabida la hermenéutica), entraríamos en una de las posibles claves de la obra: el sistema de las fundiciones. El autor une, cohesiona y esto parece ser su objetivo, aunque antes haya tenido que separar para hallar los orígenes, los inicios de las cosas.

Si damos una primera lectura a la novela, podemos advertir que ella se muestra rica en una galería de escenas familiares donde se destacan la hombría y dureza del padre, la afabilidad y ternura de la madre, y la alegría envolvente de los demás miembros de la familia en los más diversos momentos del vivir cotidiano. En la segunda parte, la novela deja esfumar su tendencia costumbrista para hacerse más esquemática y adentrarse en el campo de la especulación cultural. Aquí, Cemí, personaje alrededor del cual se teje la trama, ya es un adolescente preocupado por los problemas concernientes a su estado evolutivo: la trascendencia del universo, el mundo de las ideas, la búsqueda de las explicaciones racionales, la amistad entendida como coloquio continuo, y hasta las manifestaciones sexuales. Por eso, Cemí se siente poeta y el mundo de las visiones y de la imaginación empieza a invadir su ser.

La obra no puede escapar a una lectura que resalte las vivencias sociales de Cuba antes de la revolución donde predominaba un estrato burgués con sus ideas radicales, sus ambiciones desmedidas y costumbres ancestrales. Tampoco escapa a los ancestros mágicos y orgiásticos propios de ese pueblo. De allí surge la posición del autor de que el habitar el tiempo es consecuencia de habitar plenamente un lugar. El morar en un lugar, el llevarlo consigo en todo momento va unido a la posibilidad de su contemplación.

El mundo orgiástico abre sus ventanas a Paradiso en momentos de exuberante poder imaginativo como las escenas de la matanza del manatí, el conjuro de la criada sobre Cemí, la sesión espiritista en casa de la hechicera. El mismo coronel, padre de Cemí, creyó ser víctima de un conjuro cuando se encontraba en México. Al lado de este mundo, se manifiesta la devoción de Lezama hacia su tierra que es una pasión que siempre lo acompaña. Las descripciones engullentes sobre la comida criolla, las costumbres sencillas de sus gentes, el ceremonial durante las comidas, el refranero popular son ingredientes de esa devoción. No podía faltar en esta entrega a su propia tierra, la devoción a la Caridad del Cobre que todo cubano siente latir en su corazón:

“Virgen de la Caridad, de la Caridad,

Dadnos la fecundidad, oh, fecundidad”.

 

Hay quienes opinan que en Paradiso se expone toda una apología sobre el homosexualismo. No es cierta la aseveración, pues en el libro no se defiende el homosexualismo sino que se discute. Lezama describe en algún capítulo de la obra las relaciones carnales entre hombres, y a la vez los personajes discuten sobre la legitimidad del homosexualismo apoyándose tanto en los textos clásicos como en los cristianos. De los tres personajes que se envuelven en esa discusión, sólo Foción es homosexual. Por otra parte, así como la novela describe escenas de homosexuales, no omite descripciones de heterosexualidad. Esto no excluye que el autor se interese por el estadio anterior a la heterosexualidad en que la naturaleza humana se reproducía por medios similares a los de un árbol que desprende una rama para crear otro árbol. Así en algún párrafo expresa: “El falo se hacía árbol o en la clavícula surgía un árbol, de donde como un fruto se desprendía la criatura”. Lezama alude a la condición andrógina de una etapa de la humanidad. En este sentido Paradiso puede ser interpretado alegóricamente como una exploración del mundo homosexual. “El hombre de las eras fabulosas – decía Fronesis, para quien el sexo era como la poesía, materia concluyente, no problemática – tendía a reproducirse en la hibernación, ganaba la sucesión precisamente en la negación del tiempo. El recuerdo de esas eras fabulosas se conserva en la niñez, en la inocencia de la edad de oro cuando es casi imposible distinguir cualquier dicotomía. Las estaciones en el hombre no pueden ser sucesivas, es decir, hay hombres en los cuales este estado de inocencia pervive toda la vida. El niño que después no es adolescente, adulto y maduro, sino que se fija para siempre en la niñez, tiene siempre tendencia a la sexualidad semejante, es decir, a situar en el sexo la otredad, el otro semejante a sí mismo”. Las variaciones metodológicas de la práctica sexual son seguidas por serias discusiones sobre su sentido histórico, social y ético-religioso; con lo que se descubre la moral burguesa y pequeño burguesa que priva en el ámbito cubano de Paradiso.

Finalmente, habíamos hablado anteriormente sobre el sistema de fundiciones en un sentido literario. En la novela se forja este criterio sobre la fundición que se opera en tres personajes. Fronesis, Foción y Cemí tienden a la unidad, a desarrollarse en una trinidad naturalmente misteriosa que se apoya en el verbo. Constituye esta unión la parte más reveladora del libro. Cada uno aporta su fundamento a la integración del ente final que bajo el nombre de José Cemí pasa en la última fase a buscar su propio destino. Cemí trata en su camino de elevación hacia la poesía, de integrar la voz de los arquetipos, al pasar del estilo sistáltico al hesicástico, es decir, de las pasiones tumultuosas al equilibrio anímico.

 

FUENTES TEMÁTICAS

José Lezama Lima: Los grandes todos

José Lezama Lima: Analecta del reloj

José Lezama Lima: Tratados de la Habana

José Lezama Lima: Orbita de Lezama Lima

José Lezama Lima: Las eras imaginarias

José Lezama Lima: Introducción a los vasos órficos

José Lezama Lima: Paradiso

Casa de las Américas: Interrogando a Lezama Lima

 

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