Home
Curriculum Vitae
Secciones
Contacto
Sitemap

Pensamiento Latinoamericano

EN BUSCA DE UNA EXPRESIÓN AUTÉNTICA   DEL VENEZOLANO
Marzo 30, 2009 por Néstor Pereira

La búsqueda, a veces apresurada, de muchos venezolanos a lo largo de la historia por fijar un concepto que los identifique, que los ubique, que los defina como un conglomerado cultural con sus propias características, que forje su destino, ha pasado por etapas sucesivas de negación de su pasado, de incertidumbre ante la compleja realidad que les ha tocado vivir, y hasta de fatiga de la palabra.

Esta preocupación subyace ya en un libertador de pueblos como Simón Bolívar (1976a), quien al referirse a una identidad para los pueblos de esta parte de América, expresa:

 

Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil. No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles (p.236).

 

Esta misma preocupación ocurre en pensadores citados por Zea (1960) como Sarmiento y Alberdi en Argentina, Bilbao y Lastarria en Chile, Mariátegui en Perú, Vasconcelos y José María Luis Mora en México, y otros tantos en el resto del continente americano, dedicados a estructurar las bases esenciales de las naciones recién emancipadas.

Para algunos autores como Zea (1960) y Mayz (1992), que han manejado el tema con gran empeño y dedicación, si algo define al hombre, este algo es la historia. La historia que da sentido a lo realizado, a lo que se hace y a lo que se puede seguir construyendo; esto es, al pasado, al presente y al futuro.

El hombre para Zea (1960) se dimensiona, pues, por lo que ha sido, por lo que es y por lo que puede llegar a ser. Es dentro de esta triple dimensión de lo histórico donde se hace presente no solo el ser del hombre en general sino del hombre concreto. Existen hombres o grupos de hombres que ponen el acento en el pasado, subordinando a él presente y futuro; otros hacen énfasis en el presente, al que subordinan el pasado y el futuro; y otros tienen visión de futuro, para el cual el pasado y el presente no son sino tramos que son necesarios recorrer para su advenimiento. Según sea la dimensión dialéctica adoptada como centro vital, el hombre se afirmará en la conservación del pasado, se convertirá en un inquieto expectante, o buscará el cambio permanente.

A diferencia de los pueblos europeos que nunca se interrogaron sobre su identidad, y jamás han dudado de su nacionalidad y su cultura, los países de este nuevo mundo se vieron obligados a dudar de su propia esencia. Para Zea (1960) Sepúlveda niega la esencia humana de los americanos en nombre de un cristianismo que basa su filosofía en Aristóteles. No harán menos los filósofos Bufón, De Paw y el mismo Hegel que se enfrentaron al escolasticismo y hablaron del progreso y la ciencia positiva. Ellos plantearon la cuarentena sobre las gentes de esta tierra para probar la esencia de su humanidad, puesto que hasta ahora eran considerados subhombres.

Adoptando esta dimensión dialéctica de la historia, el hombre latinoamericano, y en este caso, el venezolano, no ha escapado a la necesidad de saber quién es, de conocer los rasgos que lo identifiquen, de saberse artífice de su propio destino.

Esta preocupación forma parte de la crisis cultural que ha venido afrontando el hombre de estas tierras desde siempre, y en especial, en los últimos tiempos, a tal punto que el tema se ha convertido en una disquisición ontológica. El latinoamericano, hoy como ayer, de alguna manera, quiere tomar, o mejor dicho, toma conciencia de su ser, de su humanidad, de su relación, de su puesto en el mundo, como una fortaleza para tomar de buena forma, el carro del desarrollo.

El latinoamericano tiene necesidad de clarificar ese concepto tan enrevesado de conciencia cultural, que Mayz Vallenilla lo describe como “voz de nuestra conciencia cultural” (Mayz, 1992, p.120), y que por distintos caminos, necesariamente lo conduce a la toma de conciencia de su identidad.

Pareciera que en un tiempo los vaivenes socio-políticos habían borrado de los latinoamericanos preocupados, la intención de la búsqueda de su identidad; sin embargo, en este tiempo, esos mismos vaivenes socio-políticos han traído de nuevo tal preocupación a muchos latinoamericanos, porque se han visto envueltos en un presente expectante. Ese presente expectante producto de la subordinación del pasado y el futuro al presente, ha hecho que estos pueblos no hayan llegado al despertar de una conciencia crítica que le permita seleccionar los productos culturales transplantados. Por el contrario, los ha asumido de una manera abrupta, sin discernimiento, sin tomar en cuenta su razón de ser, su razón de vivir, su razón de actuar, en síntesis, su identidad.

Por el camino de las subplantaciones, por la senda de las múltiples imposiciones, estos pueblos se han convertido en pueblo de imitación, en una cultura de imitación. Por otra parte, esperan incorporarse a la vida cultural y moral de la nación esos “Juan Bimba” sin historia (así los llamó Andrés Eloy Blanco en 1936) cuyo destino étnico y espiritual todavía es un secreto, y cuya única expresión colectiva ha sido la violencia.

El venezolano, dice Subero, refiriéndose a la nueva forma de colonialismo,

 

Está avasallado por culturas foráneas y no se da cuenta de que su manera de pensar, de que su manera de vivir ahora, de que sus actitudes humanas, no son más que una servidumbre cultural con respecto a los nuevos colonizadores (Subero , 1970, p.32).

 

La circunstancia de pretender ser lo que no se es, hace que Salazar Bondy manifieste la preocupación de un existir inauténtico en el hispanoamericano; de allí su aseveración de que,

 

Vivimos en el nivel consciente según modelos de cultura que no tienen asidero en nuestra condición de existencia. En la cruda tierra de esta realidad histórica que ha de ser juzgada tomando en cuenta las grandes masas pauperizadas de nuestros países, es la conducta imitativa de un productor deformado la que se hace pasar por el modelo original. Y ese modelo opera como mito que impide reconocer la verdadera situación de nuestra comunidad y poner las bases de una genuina edificación de nuestra entidad histórica, de nuestro propio ser (Salazar, 1968, p.67).

 

Ante este panorama, recreado múltiples veces por venezolanos de reconocida trayectoria en el estudio del tema, como Zumeta, Gallegos, Uslar Pietri, Subero y otros, el autor de este trabajo, que ha comulgado reiteradamente con la posición esgrimida por algunos de ellos en cuanto a que no se ha pasado de la idea a la acción, a fin de asentar las bases culturales que permitan definir la orientación educativa en el desarrollo de este país, se siente motivado por saber qué ha sucedido en este caso específico con el sistema educativo venezolano, donde su autenticidad se ha puesto en duda por no tener su fortaleza en la razón de ser, en lo que identifica al venezolano.

Un proceso auténtico de educación, consistente éste en tener su fundamentación en las necesidades de una expresión propia, de una razón de ser del venezolano, debiera ser la base de su propio desarrollo.

Si se revive el viejo y amplio concepto asumido en el pasado por algunos teóricos de la educación, de que la educación es el proceso de transmisión de la cultura de una generación a otra, para entender la relación educación, identidad, autenticidad se tiene que hacer una indagación histórica de la cultura que en Venezuela se ha trasmitido de generación a generación, a fin de comprender el estado presente del proceso educativo y poder construir su futuro. Esto implica, por una parte, revisar el proceso educativo en la diacronía de su historia; y por la otra, compromete determinar la naturaleza de la identidad del venezolano involucrada en todos los momentos de la historia de la educación. Tarea nada fácil, pero necesaria, si se quiere conocer sobre la autenticidad de la educación venezolana; si se quiere conocer cuán cohesionante para el venezolano ha sido la educación impartida por generaciones.

El problema es complejo. De entrada se debe aceptar que en Venezuela se operó un fenómeno sustitutivo de su cultura: se cortan las culturas incipientes, y es España (portadora de una parte de la cultura europea) quien instrumenta su propia cultura. Es el superestrato cultural de esa parte de Europa el que se impone, sin que se pueda renunciar al legado europeo. Sin embargo, esta nueva cultura se queda sin un contexto histórico que lo respalde, pues se torna elitesca, toda vez que para Subero (1970) “el pueblo sistemáticamente no solo ha estado lejos de la cultura, sino que no ha decidido jamás su contexto histórico” (p. 33).

Luego, hay que tomar en cuenta que el venezolano ha demostrado no haber llegado al despertar de una conciencia crítica que le permita seleccionar los productos culturales trasplantados, sino que ha encajado de una manera abrupta esos productos culturales. Esto ha hecho que el hombre de esta tierra a través de su historia haya asumido una actitud imitativa, no de discernimiento; actitud que reviste un riesgo gravísimo de que se asista, como de hecho se está asistiendo ya, a un proceso de neocolonialismo cultural.

Será, entonces, que los hacedores de la cultura venezolana no han partido del supuesto, tal como lo concibe Stabb (1969), de que el país es una unidad cultural; y que si es una unidad en lo geográfico, también es una unidad esencial en lo histórico y en lo espiritual, y que debe ser una unidad en lo pensante.

Tal supuesto tiende a superar los acentuados y ya en desuso nacionalismos esgrimidos por algunos con intenciones geopolíticas. Esto no significa que los nacionalismos tiendan a desaparecer; significa, sin duda, la existencia de los nacionalismos culturales como matices que le dan a la identidad del venezolano cierto carácter de cada una de las regiones que conforman el país.

Actualmente, el venezolano (siempre expectante), al igual que muchos pueblos del mundo, está sumido en el proceso de la globalización. El pasaje de una sociedad tradicional a una sociedad moderna es para Breton (1994) una rearticulación de las relaciones entre el tiempo y el espacio, lo cual significa que en los tiempos actuales las relaciones sociales ya no se enraizan solamente en un contexto local sino que se inscriben también en un tiempo y un espacio indefinido más extensos.

La comprensión del tiempo y el espacio así concebidos, da paso al concepto de globalización caracterizado por la intensificación y extensión de los flujos internacionales. Comienza este flujo por la extensión de lo económico y termina por lo cultural.

Se vive una economía global donde el conocimiento, la información, la tecnología, el proceso de producción y el mercado, entre otros, operan simultáneamente a nivel mundial. No resulta, entonces, difícil discernir la gravedad, complejidad y desafío que la globalización representa. Se trata, según Dos Santos (1998), de una inserción internacional que no conoce otros límites que los del planeta. 

El proceso de globalización que estimula esencialmente el mercado internacional, compromete a los Estados y a los países, al generar este hecho la pérdida de significado para la dimensión nacional. Se corre, entonces, el riesgo de que la globalización se vaya sólo por el camino de lo económico y financiero en un proceso de homogenización y no de interconexión.

Ya, Reich dirigente norteamericano, entonces Ministro del Trabajo del primer gobierno de Bill Clinton, reconocía el propósito de la globalización, al expresar:

 

Estamos pasando por una transformación que modificará el sentido de la política y la economía en el siglo venidero. No existirán productos ni tecnologías nacionales, ni siquiera industrias nacionales. Ya no habrán economías nacionales, al menos tal como concebimos hoy la idea. Lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la población que compone a un país. Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos. La principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos concediendo cada vez más prosperidad a los más capacitados y diestros, mientras que los menos competentes quedarán relegados a un más bajo nivel de vida (Reich, 1993, p.61).

 

Con expresiones tan frías y descarnadas como ésta, queda decretada la ciudadanía del mundo. Es el fin de la dimensión nacional, al menos tal como se puede interpretar este párrafo. De ahora en adelante el hombre de la aldea será ciudadano del mundo.

Ante esta posición cabe considerar el papel que la identidad juega en la regulación de la fuerza despersonalizadora y homogeneizadora de la globalización concebida en estos términos, y la importancia que la educación tiene como sustentadora de esa identidad.

Tal como se ha venido exponiendo, la relación de una cadena de aconteceres estrechamente imbricados con la preocupación que ha tenido el hombre latinoamericano, y en especial el venezolano, de deslindar su identidad en el escenario de su cultura, da pie a que se planteen algunas cuestiones.

Primero: La educación como proceso incluye un sinnúmero de variables que le imprimen su complejidad. Para teóricos de la educación como Prieto Figueroa, Reyes Baena, Efraín Subero, la identidad de quien aprende debe ser la variable esencial que alimente el tejido del proceso. ¿Es, acaso, la identidad del venezolano la variable en la cual siempre ha descansado su sistema educativo?

Segundo: La educación, en su acepción más amplia, es un proceso trasmisor de cultura. ¿Cuál ha sido el rol de la educación, como trasmisora de cultura, en el empeño de ofrecer al venezolano una formación acorde con la esencia de su ser o de su deber ser, es decir, de su identidad?

Tercero: Si se parte de la premisa de que una educación auténtica es aquella que se teje desde la identidad de quien aprende, ¿Se puede hablar de autenticidad en el sistema o sistemas educativos venezolanos?

Cuarto: El proceso de globalización tiende a homogeneizar las culturas, y en este sentido, los estratos culturales más fuertes se impondrán sobre los más débiles. ¿Es la educación venezolana fundamentada en la identidad del educando, el medio más idóneo para que el país se incorpore al proceso de la globalización y lograr su desarrollo?

Las inquietudes expresadas en el texto anterior llevan a la inquietud de buscar una explicación del o de los sistema educativos venezolanos en función de su autenticidad, basada ésta en la identidad de quien aprende.

Al mismo tiempo, una educación auténtica permite fortalecer la educación como el medio más expedito en que un país como Venezuela pueda incorporarse al carro de la globalización sin que los venezolanos pierdan conciencia de su razón de ser.

Se trata, en síntesis, de comprender el fenómeno educativo de Venezuela desde una perspectiva de la identidad de quien aprende, para darle autenticidad al proceso, y poder de esta manera incorporarse a la globalización sin el peligro de que el venezolano se convierta en un obediente ciudadano del mundo, al querer socavársele su identidad.

 

CONSULTA BIBLIOGRÁFICA

Bolívar, S. (1976a). Obras Completas.

Gallegos, R. (1954). Una Posición en la Vida.

Mayz V., E. (1992). El problema de América.

Prieto, L. (1959). El Humanismo Democrático y la

Educación.

Salazar, B. (1968). ¿Existe una filosofía de nuestra América?.

Sambarino, M. (1980). Identidad, Tradición, Autenticidad.

Subero, E. (1970). Hacia un Concepto de lo Hispanoamericano.

Stabb, M. (1969). América Latina en Busca de una Identidad.

Uslar P., A. (1976). Originalidad y Destino del Continente

Mestizo.

Zea, L. (1957). América en la Historia.

Zea, L. (1960). Latinoamérica y el Mundo.

Zea, L. (1971). Latinoamérica: Emancipación y

Colonialismo.

 

RETORNAR A SECCIONES