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Educación                                                                                                    

DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO
Marzo 26, 2009 por Néstor Pereira  

El ser humano, desde sus orígenes, ha buscado conocer no sólo de sí mismo sino de todos los fenómenos que lo han rodeado. Para ello se ha valido de instrumentos generados a medida que se ha ido enfrentando a su propia realidad. De allí que, en el devenir histórico de la humanidad, diversas explicaciones se han ido construyendo para  buscar entender fenómenos de la vida y de la naturaleza. Se han elaborado en la diacronía de la historia, conjuntos sistemáticos de explicaciones que permiten analizar las causas y los componentes de los fenómenos, constituyendo constructos coherentes de conocimiento que se han denominado, en un sentido lato, teorías. A este respecto, dentro de las distintas concepciones de teoría, se podría decir que una teoría es un cuerpo coherente de explicaciones fundamentadas en conceptos, todo lo cual es construido en forma lógica para responder hipótesis y proposiciones, interpretando sistemáticamente un área del conocimiento.

En un principio, el hombre pone en juego su capacidad de asombro ante fenómenos como el movimiento de las cosas, la existencia del cosmos y su propio devenir, hasta manifestar su interés por saber acerca de cada forma de comportarse. A la luz de todas estas inquietudes del hombre por tener conocimiento de las cosas se desarrollan la Filosofía y las Ciencias que apuntan desde un conocimiento general de los fenómenos de la naturaleza y del hombre mismo, hasta el conocimiento de fenómenos específicos ocurridos al interior del ser humano.

Decía que el asombro es la motivación para que el ser humano indague y construya las distintas formas de cómo indagar, es decir, descubra las metodologías. El primer motivo de asombro en el filosofar griego fue el movimiento en todas sus variantes: el movimiento local (cambio de lugar), el movimiento cuantitativo (aumento y disminución), el movimiento cualitativo (alteración) y el movimiento sustancial (generación y corrupción). Esta última forma de movimiento hace que el pensador griego se ocupe del problema del ser de las cosas que desembocaría tiempo después en el cuestionarse sobre su propio origen y existencia. Ello lleva a Demócrito a aseverar que el conocimiento tiene su base en la percepción de las cosas y en la mente del individuo se forma una réplica de ellas, y en esto consiste el conocer. Esta es una posición sensualista.

A partir de Demócrito se construyen dos grandes sistemas de pensamiento con formas distintas de filosofar; se trata del pensamiento trascendente de Platón y Aristóteles, quienes proponen sendas teorías sobre el conocimiento. Sus planteamientos se mueven en el plano de las divergencias entre el Idealismo (según Leibniz, la teoría formulada por Platón tiene la idea como centro de la realidad) y el Realismo (según el mismo Leibniz, la concepción realista de Aristóteles parte del supuesto de que el mundo conocido es exterior al sujeto).

Platón, sin duda, es la máxima expresión del idealismo griego. Para él, la percepción sensible sólo es capaz de ofrecernos las apariencias y, por lo tanto, todas las ideas que de ella surjan no son más que meras opiniones (doxa). Sostiene, además, que la verdad solo es posible en el mundo de las ideas, en donde ésta solo puede ser alcanzada con el empleo de la dialéctica, mediante el verdadero saber (episteme). Las cosas participan de las ideas y son copias imperfectas de ellas. La filosofía platónica pretende afirmar el predominio del sujeto cognoscente frente al objeto que sólo es percibido como mero producto del sujeto. Así, la gnoseología platónica se convierte en una teoría que tiende a rechazar todas aquellas acepciones que pretenden derivar de la experiencia, de la práctica, para lo cual opondrá la tesis según la cual las ideas eternas, increadas, constituyen la fuente de todo conocimiento; es decir, que el objeto del conocimiento es la idea. En síntesis, para Platón, los objetos son copia de la realidad; sólo accediendo a las ideas se llega a lo verdadero, por lo que las ideas permiten conocer la estructura de la realidad. Para este pensador hay varios modos de conocer: opinión (doxa), imaginación (eikasia), sensibilidad (pistis), ciencia (episteme), entendimiento (dianoia) y conocimiento (noesis). Platón instituye la dialéctica como el método que permite al hombre llegar a las ideas más elevadas (dialéctica ascendente) y descender a las cosas más sencillas (dialéctica descendente) en una búsqueda de la verdad, y por ende, del conocimiento.

La primera frase de la Metafísica de Aristóteles dice: “Todos los hombres tienden por naturaleza a saber”. Y luego añade que es señal de ello el gusto que tenemos por las sensaciones. Pero estas sensaciones, que suponen un ínfimo saber, no son privativas del hombre; también los animales las tienen. El hombre tiene otros modos superiores de saber, ante todo la experiencia (empeiría), en el sentido de experiencia de las cosas. Es un conocimiento de familiaridad de las cosas, con cada cosa, de un modo inmediato y concreto que solo nos da lo individual. Por esto la empeiría no se puede enseñar; solo se puede poner a otro en condiciones de adquirir esa misma experiencia. Hay otro modo de saber más alto, que es el arte o técnica (tekné). Este es un saber hacer. El técnico es el hombre que sabe hacer las cosas; sabe qué medios se han de emplear para alcanzar los fines deseados. Esta tekné nos da el qué de las cosas y aún su por qué; pero sólo conocemos algo plenamente cuando lo sabemos en sus causas y en sus principios primeros. Este saber sólo nos lo puede dar la sabiduría, la sophía. Este saber supremo tiene que decir lo que las coas son y por qué son; esto es, tiene que demostrar las cosas desde sus principios. Por eso, el saber demostrativo es la ciencia, para los griegos episteme, la verdadera ciencia. Y la ciencia llega a su grado supremo cuyo objeto es el ente en cuanto tal, las cosas en tanto que son, entendidas en sus causas y principios.       

Para Aristóteles, hay dos tipos de entes: las cosas naturales y los objetos matemáticos. Los primeros son cosas, en tanto que los segundos no son cosas. Las cosas naturales, por ser objetos que se mueven, son cosas verdaderas y están compuestas de materia (potencia) y forma (acto). En tanto que los objetos matemáticos no se mueven., no son cosas, por lo que existirían en la mente del ser humano, no fuera de ella como las cosas naturales. En síntesis, para Aristóteles es real sólo la unión de materia y forma, cosas e ideas que existen fuera del hombre.  

Después de Platón y Aristóteles, hubo una larga etapa de descenso donde la historia refleja largos períodos de tiempo que son como lagunas en la especulación filosófica, sobre todo en la temática del idealismo y el realismo que tienden a explicar el origen y desarrollo del conocimiento. Y es en el llamado idealismo del siglo XVII, al comienzo de la época moderna, cuando al lado de pensadores como Malebranche, Leibniz, Spinoza, Bacon y Hume, aparece el planteamiento racionalista de René Descartes.

El sistema de pensamiento de Descartes es idealista puesto que él afirmaba que no sabía otra cosa más que de él mismo (la doctrina del cogito); que sólo sabía de las cosas en cuanto las veía, las tocaba, las pensaba; es decir en cuanto las cosas parecían siendo para él; eran, por lo pronto ideas. En El discurso del método Descartes dice claramente que no va a reconocer “nunca alguna cosa por cierta si no la conocía ya evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no admitir en mis juicios nada que no se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que yo no tuviese ninguna ocasión de ponerla en duda”. Así, el principio del cogito lleva a Descartes a expresar que la naturaleza mostrada por los sentidos es algo inseguro; que los sentidos (percepción) nos engañan con frecuencia; que de lo único que se puede estar seguro es de la existencia de sí mismo; que el hombre es sustancia pensante (cogito ergo sum), por lo que las cosas son ideas de sí mismo.

Sin embargo, el descubrimiento de una verdad absolutamente cierta, el cogito, puede derrotar la actitud escéptica de que todo es incierto pero, al mismo tiempo, una verdad no constituye un sistema de conocimiento acerca de la realidad. Para justificar el conocimiento de la naturaleza de las cosas hay que construir una serie de puentes que comuniquen la certeza del cogito con la realidad externa. Así pues, el cogito es el punto de partida y el criterio para reconocer la verdad de todas las cosas. Descartes considera que si la evidencia de cualquier conocimiento podía ser engañosa, la evidencia del “cogito” es absolutamente cierta en tanto confirmada por la misma duda. Y si esta evidencia del cogito es cierta, a partir de allí, cualquier otra cosa que sea evidente deberá, en virtud del mismo principio, ser cierta. Para este pensador, la única forma de conocer es a través de la razón. Como la razón es algo privativo del ser humano, el racionalismo se convierte forzosamente en idealismo. Desde entonces, el racionalismo, y con él, el idealismo, se fortalece como forma de conocer.   

Paralelamente al idealismo racionalista, se desarrolla en Inglaterra, específicamente en Francis Bacon y John Locke, una posición propia en cuanto a la teoría del conocimiento. Frente al racionalismo de tendencia apriorística y matemática, oponen un empirismo sensualista, considerando el valor del conocimiento sólo por la garantía de la experiencia. En general, la filosofía natural, como la comprendía Bacon, se refería al reino humano del conocimiento o conocimiento que el hombre podía adquirir por los sentidos. Bacon establece la experimentación como método para conocer las cosas, la naturaleza. Los experimentos son el punto de partida de la “inducción”, que se diferencia de la “deducción” porque, mientras la primera salta bruscamente de los casos particulares a los principios generales, la segunda asciende gradualmente y sin cortes hacia la generalidad.

Locke, por su parte, piensa que en la mente humana no pueden encontrarse ideas innatas (ideas congénitas); esto significa que ella se parece a una hoja en blanco, en la cual, en principio, puede escribirse cualquier cosa. Sin embargo, no se debe pensar que la mente se conduzca de forma enteramente pasiva en el proceso de conocer; lo que quiere decir que ella no tiene en sí misma el punto de partida, en tanto la procedencia de las ideas viene de la exterioridad. Por eso, para determinar la naturaleza de las ideas, Locke utiliza la experiencia como instrumento para desentrañar los procesos psíquicos que ocurren en el conocimiento de las cosas. Para Locke, todas las ideas proceden, en última instancia, de la experiencia, mediante sucesivas abstracciones, generalizaciones y asociaciones. La posición de Locke genera una desconfianza tal en la facultad cognoscitiva del ser humano que culminará en las posteriores posiciones escepticistas, y obligará tiempo después a Kant a plantear de un modo central el problema de la validez y posibilidad del conocimiento racional.

El empirismo inglés, finalmente, planteaba que el conocimiento es una copia o representación de la realidad y, como la “realidad es única y objetiva”, ésta es conocida de manera pasiva a través de los sentidos por el individuo, en donde éste sólo, como suele decirse, tiene que “abrir los ojos y mirar”. En consecuencia, la única forma de conocer es a través de la experiencia.

El complejo movimiento intelectual llamado Ilustración participa en gran medida del empirismo, toda vez que la Ilustración se preocupa en gran parte de las cuestiones del conocimiento y sigue los camino empiristas, extremándolos hasta llegar al sensualismo absoluto. 

Para Emmanuel Kant, no se puede explicar el conocimiento sólo por la interpretación del ser como trascendental; es menester hacer una teoría trascendental del conocimiento; y este conocimiento será el puente entre el yo y las cosas. En forma real, para Kant, el conocimiento es el conocimiento de las cosas, y las cosas son trascendentes a mí. Si el conocimiento fuera trascendente, conocería cosas externas; si fuese inmanente (las cosas se dan en mis ideas), sólo conocería ideas, lo que hay en mí. Dice Kant que las cosas en sí no puedo conocerlas, porque en cuanto las conozco, ya están en mí, afectadas por mi subjetividad. Las cosas en sí no son espaciales ni temporales y a mí no se me puede dar nada fuera del espacio y del tiempo. Las cosas tal como a mí se me manifiestan, como me aparecen, son los fenómenos. Hay algo que se me da (las sensaciones) y algo que yo pongo (el espacio – temporalidad), y de la unión de estos dos elementos surge la cosa conocida o fenómeno.   

Kant distingue tres modos de saber: la sensibilidad, el entendimiento discursivo y la razón. A esta última, Kant le añade el adjetivo pura, porque se mueve sobre principios a priori, independientemente de la experiencia. En el afán de buscar un camino que explique el problema del conocimiento, Kant cree que la metafísica (teoría del conocimiento) en su propósito de afirmar un saber absoluto y definitivo, ha degenerado hacia un escepticismo o hacia un dogmatismo. Tampoco le parece viable el camino empirista de superar los problemas del conocimiento reduciendo todo a la experiencia, pues tal dirección termina por hacer imposible la universalidad y necesidad del conocimiento. El único camino posible es analizar de qué manera el sujeto cognoscente organiza los datos de la experiencia y construye su propio saber. Para lograr tal cosa, Kant asume una postura intermedia entre dogmatismo y escepticismo: por un lado recupera la importancia de la experiencia en lo relativo a la ampliación del conocimiento, en contra de las pretensiones del dogmatismo, que creía poder reducir todo el conocimiento a los procesos analítico – deductivos; por el otro, ataca al empirismo cuando éste pretende reducir todo a la mera experiencia, negando la posibilidad de deducir la realidad a partir de los procesos lógicos. Así las cosas, Kant propone que puesto que todo conocimiento humano parte de los sentidos y puesto que, por otra parte, el saber científico ha de ser universal y necesario, se debe preguntar cómo es posible organizar los datos de la intuición sensible de manera tal que estos arrojen un conocimiento convincente (apodíctico).           

El positivismo se manifiesta en cuanto al conocimiento, a través de de la Ley de los tres estadios. Según Comte, los conocimientos históricamente devienen en tres estadios teóricos distintos tanto en el individuo como en la especie humana; por lo que esta ley, a la vez, es una teoría del conocimiento y una filosofía de la historia. En el estadio teológico, la mente busca la causa y principio de las cosas. Este estadio pasa por la imaginación donde el hombre se explica la fase fetichista en que se personifican las cosas y se les atribuye un poder mágico o divino, la fase politeísta en que la animación es retirada de las cosas materiales para trasladarla a una serie de divinidades, y por último, la fase monoteísta en que todos esos poderes divinos quedan reunidos y concentrados en uno llamado Dios. En este nivel, la mente humana se interroga sobre la naturaleza oculta de las cosas, queriendo saber sobre el origen y la razón de ser de las cosas. A la etapa teológica sucede el estadio metafísico. En él se siguen buscando los conocimientos absolutos. Para explicarse la naturaleza de los seres, el hombre ya no recurre a agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas. Las ideas de principio y causa, sustancia, materia, esencia, designan algo distinto de las cosas. El estadio positivo subordina la imaginación a la observación, pues el positivismo busca sólo hechos y sus leyes. La mente se detiene en las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar conocer y busca sólo las leyes de los fenómenos. Una mente positiva se limita a estudiar cómo los fenómenos se producen, junta hechos y se somete a ellos. Se utilizan la observación, la experimentación y el cálculo. La sola introspección no alcanza a conocer los principios según los cuales funciona la razón humana, pues éstos sólo se conocen en la acción misma observando las cosas y extrayendo de ellas las leyes universales.

Con Comte, se afirma el concepto de ciencia y comienza en forma sistemática la carrera de lo científico. Las ciencias toman un sentido histórico en el mundo del conocimiento y adquiere su organicidad y jerarquía. De allí que el conocimiento positivo se atiene a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir, sin saltar por encima para lanzarse a falaces juegos de ideas; ya no se piden causas sino leyes.

Con el avance del positivismo se va estrechando la relación conocimiento ciencia. Y dentro de los avances científicos se tiende al conocimiento del interior del ser humano, en especial su manera de comportarse ante los fenómenos. Según Habermas, el surgimiento del cientificismo “significa la fé de la ciencia en sí misma, o dicho de otra manera, el convencimiento de que ya no se puede entender la ciencia como una forma de conocimiento posible, sino que debemos identificar el conocimiento con la ciencia”.

Como quiera que la educación se ocupa de la formación del hombre, de la creación y difusión del conocimiento, ésta encamina su acción a saber cómo aprende el ser humano. De esta manera entra en escena la decisión de los investigadores y pensadores de la educación de avanzar en el tema del aprendizaje.

A partir de las ideas pragmáticas de Charles Sanders Peirce el conocimiento ya no puede ser interpretado como pura contemplación, sino que aparece, más bien, como el intento de resolver un problema por medio de ideas, es decir, de proyectos capaces de promover nuevas salidas en la vida del hombre. Esto significa que las ideas responden a problemas de conducta, considerándose la ciencia como una actividad social y comunicativa, y no como lo establecieron los positivistas, una actividad cerrada, reduccionista, para élites. Esta concepción operativa del pensamiento lleva a la verificación de las ideas o de las hipótesis referidas sólo a hechos anteriores, al pasado, sino que deberá referirse al desarrollo de acciones posteriores.

En este escenario, John Dewey expone que en la búsqueda del conocimiento, tanto la conciencia como la razón no son sino formas elevadas y refinadas de conducta. Sólo a través de las construcciones simbólicas y operativas de la inteligencia, los acontecimientos naturales se transforman en objetos, es decir, adquieren una función de evidencia constante sobre la que el hombre puede basar su conducta.         

En los tiempos actuales, el conocimiento científico, a pesar de las pretensiones de desvinculación de los contextos sociales, tal como lo quiso el positivismo, se encuentra estrechamente relacionado con lo social. Esta relación se da en un proceso complejo cuya expresión se ve en los hechos reales en permanente dinamismo y transformación. Por eso, no existe, en rigor, un internalismo de la ciencia como dinámica autónoma para crear conocimiento, sino como parte de un devenir que tiene como base la historia de la ciencia en su articulación dialéctica con lo real. Es aceptado que el conocimiento deriva de experiencias previas del individuo sobre la ocurrencia de fenómenos o hechos similares; sin embargo, todo conocimiento se da en función de una experiencia social que determina en gran medida una forma particular de comportarse de la persona. De allí que la experiencia – socialmente determinada – confiere sentido a la manera de vivir del individuo a través de la subjetivación del conjunto de motivaciones, actitudes, valoraciones, pautas de vida, etc. del ser humano. El conocimiento provee de significado a las experiencias, y éstas, a su vez, se constituyen en espacios para la creación de nuevos conocimientos. La variedad de experiencias que se suscitan en contacto con la realidad, llevan al hombre a la posibilidad de adquirir distintas clases y formas de conocimiento; que son tratados por los sistemas cognitivos que se han generado a través de la historia.

Hemos dado un breve recorrido donde se han ventilado las distintas explicaciones y las diversas posiciones acerca del conocimiento hasta hoy; sólo que hoy el tema del conocimiento se ha convertido en un problema que es necesario abordar. Lo racional y su devenir histórico constituyen un proceso que ha llegado a generar productos que se nutren de la realidad cuya interpretación de la mente da como consecuencia el conocer; un conocer que está mediado por el lenguaje expresado a través de signos y símbolos que conducen a nuevos significantes y significados.    

 

FUENTES CONSULTADAS

Julián Marías: Historia de la filosofía

Massimo Desiato: Lineamientos de filosofía

Gianni Vattimo: El fin de la modernidad

Gabriel Ugas: La ignorancia educada

Miguel Martínez: El paradigma emergente

Robert Gagne: Teorías de aprendizaje

 

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