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Educación

CURRíCULO Y ACTUALIDAD
Marzo 27, 2009 por Néstor Pereira

Producto del reclamo permanente de cambio por parte de la llamada sociedad postmoderna, se han venido produciendo cambios significativos en todos los órdenes. El dominio del pensamiento crítico se ha hecho sentir no sólo por ser producto del permanente cuestionamiento de la sociedad actual en cuanto a la búsqueda de libertad interior del ser humano, sino además de la necesidad de replantear su existencia ontológica en una sociedad llena de tantos contrastes, de tantos intereses encontrados y de tantas apetencias que han llevado al hombre a tratar de asumir su verdadera identidad. Este propósito ha venido a ser apremiante en el campo de la educación porque justamente desde este espacio es de donde ha de partir la transformación del hombre actual y, por ende, de la sociedad que estamos soportando.

Existe un consenso cada vez más extendido según el cual la escuela no está cumpliendo satisfactoriamente la función de formar a las futuras generaciones en las capacidades que requiere el desempeño ciudadano para una sociedad que se transforma profunda y rápidamente; pero al mismo tiempo, existe una significativa falta de consenso acerca de cuáles son o deben ser dichas capacidades y cuál ha de ser el alcance de su difusión. Al lado de esto, se extiende la necesidad de que la educación sea producto del quehacer ciudadano en la sociedad y que el proceso educativo tenga su punto de partida en el ser, actuar y padecer del hombre que permita saber con certeza lo que debe conocer y aprender para su genuina formación.

La planificación del proceso educativo en las sociedades siempre se ha centrado en lo que conocemos como currículo y sus diversas expresiones. Sólo que generalmente los currículos han sido producto de las distintas opiniones que han prevalecido en cómo educar y qué conocimientos impartir, y no en el conocer del objeto de la educación y sus necesidades de educación. De allí, el reclamo permanente de cambio en los distintos aspectos del fuero educativo.

Conozcamos un poco de historia en la intencionalidad de la educación. Si bien no es pertinente hacer aquí un largo recorrido por la historia de la educación, es necesario caracterizar lo que han venido siendo los sistemas educativos: modos de ser que han marcado los procesos curriculares. El sistema educativo que hoy consideramos tradicional tuvo su origen a fines del siglo XIX y respondió a los requerimientos políticos de la construcción de la democracia y de los Estados nacionales. De aquí partió la articulación del sistema educativo en niveles (primaria, secundaria, superior), al igual que la responsabilidad  de difundir contenidos, valores y normas de conducta destinados a crear vínculos sociales basados en el respeto a las leyes y la lealtad a la nación, por encima de las pertenencias culturales o  particulares del individuo; es decir, sin tomar en cuenta la identidad. Los diferentes contenidos que se impartían en los programas, estaban basados en las exigencias de la democracia y la nación, y no en las exigencias de formación del individuo para la vida, para su crecimiento y desarrollo. Se hace énfasis en la enorme importancia de la educación, entendida como proceso de socialización para la consolidación de la nación democrática. Al final, la educación y específicamente la escuela se convirtieron en instrumentos para afianzar el objeto esencial del capitalismo: el mercado, y la conformación de una sociedad que se encaminara hacia las apetencias de grupos interesados en su dominio mediante el establecimiento de una conducta homogénea hacia el logro de un proceso de globalización. De allí la importancia, para el grupo dominante, de llevar a la sociedad hacia un pensamiento único. De allí, también, el que el conocimiento se haya  convertido en una variable esencial, si no la más importante, en la búsqueda de una explicación para las nuevas formas de organización social y económica. Por eso, la educación ha girado alrededor de un eje único: el conocimiento y las capacidades del hombre para producirlo y asirlo. Ello ha conducido a fortalecer la tendencia de los productores de medios de suponer y a veces afirmar que el ser humano sería incapaz de aprender sin la participación directa (léase sustituir al instructor o profesor) de los medios en el aprendizaje. Hemos caído, entonces, en una dependencia irreflexiva de los aparatos técnicos donde se acumula el conocimiento y la capacidad de operarlo. En fin, la escuela moderna fue creada para transmitir determinados mensajes, que exigían una organización institucional como la que conocemos. Pero hoy es preciso preguntarse si la escuela será la institución socializadora del futuro y si la formación de las generaciones futuras exigirá este mismo diseño institucional.

Con el advenimiento de la llamada era postmoderna donde ocurren cambios significativos en el desarrollo de las ciencias, en el acomodo de las sociedades y, específicamente, en la polarización de los espacios políticos,  la escuela se ha debilitado en su función de agente socializador y formador del ciudadano. La idea de ciudadanía asociada a la nación comienza a perder significado; aparece no solo una adhesión a entidades supranacionales sino también, un repliegue hacia el comunitarismo local, donde la integración se define fundamentalmente como integración cultural y no como integración política. La escuela, se ha aislado significativamente de la cultura social y, frente al dinamismo del cambio social, la escuela ha permanecido relativamente estática e inmodificable.

La crisis de identidad y la ausencia del sentido de continuidad histórica estimulan a la construcción de una concepción distinta de escuela (y ya se está haciendo) sobre la base de una definición ontológica del ser humano como partícipe de sociedades locales, comunitarias. A partir de las interrogantes sobre cuál es el ser humano que se quiere educar, cuáles son sus necesidades de educación, cuáles son las necesidades de relación y comunicación, cómo es la influencia de su entorno, se está construyendo su nueva identidad, que sería la base de la constitución de los auténticos currículos, lo cual está generando nuevos enfoques en el desarrollo del currículo en sus distintas dimensiones y escalas. La construcción de la identidad es, tal vez, el concepto más importante para referirnos al proceso educativo que requieren los cambios sociales actuales. Esta nueva identidad ha de conducir a la formación para el ejercicio responsable de la ciudadanía y la redefinición del vínculo entre ciudadanía y nación, dos aspectos fundamentales de la acción educativa destinada a promover la socialización como una de las funciones de la escuela.          

Todos los cambios en la estructura social y en las capacidades que definen la formación del ciudadano han de ser el punto de partida de las formas institucionales más adecuadas para la construcción de nuevos currículos que tiendan a resolver los desafíos que plantea la formación de las nuevas generaciones.

Es preciso romper el aislamiento institucional de la escuela, abriéndola a los requerimientos de la sociedad y redefiniendo sus pactos con los otros agentes socializadores, particularmente la familia y los medios de comunicación. Es necesario considerar el rol de la escuela por su capacidad para preparar el uso consciente, crítico, activo de los medios que acumulan la información y el conocimiento, donde los instrumentos técnicos sean lo que son, instrumentos y no fines en sí mismo. Es conveniente necesario enfatizar en la participación ciudadana en la misión educativa de la escuela, donde el hombre sea un sujeto comprometido con la realidad que vive, y no seguir padeciendo el rol de agente pasivo como hasta ahora.

 

 

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