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Educación

SISTEMA EDUCATIVO E IDENTIDAD
Mayo 06, 2009 por Néstor Pereira

Educación a partir de la identidad

La búsqueda de una comprensión acerca de si el sistema educativo venezolano se fundamenta en la identidad del venezolano, es decir, en el ser o en el deber ser, que es en esencia el objeto del presente trabajo, para acreditar de alguna manera la autenticidad o no del sistema educativo, implica reflexionar necesariamente sobre los constructos educación, identidad, autenticidad, globalización.

Igualmente significa un planteamiento dialéctico que ayude a visualizar el amplio espectro en que se mueven las identidades, a fin de determinar el alcance de la autenticidad de la educación en tanto ésta parta de la identidad del educando, y a la vez permita conciliar el proceso educativo con su fundamento prístino, la identidad.

La era postmodernista, entre otros cambios, ha traído un vuelco en el proceso educativo. Para algunos pensadores como Vázquez (1994) el proceso educativo ha perdido mucho, o casi todo, de su valor fundamental. Para Kant, citado por Vásquez (ibidem.), la finalidad de la educación es elevar al hombre a la dignidad de un ser libre. La tesis kantiana sobre la educación es concebida como un proceso orientado hacia la perfectibilidad del ser humano, en busca de la libertad. El hombre debe ser formado para ser libre. Por eso, la educación tiene que orientarse hacia el futuro, hacia lo que el hombre aspira ser y no hacia lo que él ha sido. La educación tiene que consistir en comprender al individuo dentro de la evolución general de la humanidad, convirtiéndolo en un hombre del mañana. Esta tesis no contradice la posición esgrimida en este trabajo de que la educación trasmite el legado cultural de una generación a otra, puesto que la cultura que se trasmite es producto de una evolución, al recoger nuevos aportes para renovar y fortalecer la cultura resultante. A este respecto agrega Kant, citado por Vásquez,

 

La educación es un arte, cuya práctica debe ser perfeccionada por muchas generaciones. Cada generación, instruída por los conocimientos de las precedentes es cada vez más capaz de establecer una educación que desarrolle de una manera final y proporcionada todas las disposiciones naturales del hombre
(op.cit., p.70).

 

La idea de esfuerzo de perfeccionamiento expuesta por Kant es apuntalada por Fichte, en el sentido de que el hombre ha de llegar a ser por sí mismo; lo que induce a pensar sobre la importancia que tiene el conocer lo que es el hombre (su manera de ser, de pensar, de actuar) en el proceso educativo para apuntar hacia el perfeccionamiento. Fitche, citado por Vásquez, sostiene esta posición al expresar que,

 

Todos los animales están acabados y son perfectos; el hombre está solamente indicado, esbozado... Todo animal es lo que él es, sólo el hombre originariamente no es nada. El debe llegar a ser lo que él debe ser, y ya que él debe ser un ser par sí, él debe llegar a serlo por sí mismo. La naturaleza ha acabado todas sus obras pero ella ha abandonado al hombre y lo ha remitido a sí mismo. (Vázquez, 1994, p. 76).

 

De las referencias de Kant y Fichte se desprenden dos ideas fundamentales, de interés para una teoría sobre educación basada en la identidad: la primera es que la construcción del hombre para el futuro descansa en un acto de fe en el poder de la educación; la segunda es referente a que el hombre ha de llegar a ser partiendo de sí mismo, lo que significa que lo que la educación ha de manejar para lograr su fin de perfeccionamiento del hombre es la esencia del hombre, su razón de ser, su identidad.

Ahora bien, ya que la sociedad existe como realidad tanto objetiva como subjetiva, cualquier comprensión teórica del comportamiento del hombre necesariamente abordado por la educación, ha de estudiarse en un proceso dialéctico inmerso en esta realidad. Así, según Berger y Luckmann (1993), la identidad constituye un elemento clave de la realidad subjetiva y en cuanto tal, se halla en una relación dialéctica con la sociedad. La identidad se forma por procesos sociales. Una vez que cristaliza, es mantenida, modificada o reformada por las relaciones sociales. Los procesos sociales involucrados tanto en la formación como en el mantenimiento de la identidad, se determinan por la estructura social.

Las sociedades tienen historias en cuyo curso emergen identidades específicas y dentro de estas identidades específicas surgen tipos de identidad. En este sentido, se puede afirmar que el venezolano tiene una identidad diferente a la del canadiense; y aún dentro de una región, el caraqueño tiene una identidad distinta a la del andino. Por eso, la identidad es un fenómeno que surge de la dialéctica entre el individuo y la sociedad.

Si la educación tiene como finalidad superior el perfeccionamiento del hombre, ésta tiene que asirlo en una realidad que se mueve entre lo que caracteriza su individualidad y lo que tipifica la sociedad en que se realiza. Realidad que contempla, entre otras cosas, su identidad, que ha de constituir, entonces, la base sobre la cual se construye su sistema educativo.

Actualmente, a la educación hay que verla desde perspectivas diferentes. Con el anuncio de la muerte de Dios hecho por Nietzsche se declara la muerte del hombre moderno. El superhombre anunciado en la muerte de Dios lleva consigo una nueva concepción del tiempo y de la historia donde el presente cobra primacía ante el pasado y el futuro. El presente es la única dimensión de la temporalidad que sigue vigente. Los valores de la antigua persona perecen. “La estructura de las revoluciones científicas” de Kuhn (1987) acercó las ciencias de la naturaleza a las ciencias humanas, por lo que las ciencias exactas pasan a tener dependencia de lo social.

La cultura postmoderna es una cultura de archipiélago. Nada es homogéneo. Es el triunfo de la heterogeneidad. La persona ha quedado difuminada en el grupo, en la masa, en el sistema. Para Finkielkraut (1987), “la crisis postmoderna es una crisis de fundamento axiológico de todo Occidente, un desmoronamiento de las tradiciones, del sentido de la vida y de los criterios éticos” (p. 10). La proliferación de subculturas, de tribus urbanas, con sus propias reglas, rituales, normas, valores, etc., son una muestra clara de del pluralismo intercultural postmoderno en que se vive, y de lo cual la educación tiene que estar muy consciente.

Ante este marco cultural, la educación se ha caracterizado, entre otros aspectos, por la ausencia de fundamentos axiológicos lo que la ha llevado a entrar en una importante lucha por mantener su propia constitución y legitimación, y a alejar las amenazas contra su propia entidad. Y es que la realidad la expresa en forma breve el mismo Finkielkraut: “La escuela es moderna, los alumnos son postmodernos; ella tiene por objeto formar los espíritus, ellos le oponen la atención flotante del joven telespectador” (op.cit., p.131). Obviamente, la concepción postmodernista sobre educación dista mucho de la concepción de Kant y Fichte.

¿Habrá, acaso, que postmodernizar la educación? Ciertamente, se ha intentado acercar la escuela a la sociedad, pero la dinámica de la postmodernidad atenta contra lo que fenomenológicamente sería la razón de la institución escolar: planificación, jerarquización, metodologías, control, evaluación, valores que la postmodernidad no soporta. Lo que no es posible cambiar en la educación postmoderna, propone Colom (1995) es el hombre como su sujeto y objeto de la cultura. Por ello siempre será válido el ser, pensar, creer, conocer, actuar del hombre como fundamentos de los sistemas educativos.

 

Perspectivas de la Identidad 

El constructo identidad frecuentemente resulta confuso, polisémico y emotivamente cargado de significados. El pronombre latino “idem” da origen al término identidad, el cual significa “el mismo”, “lo mismo”, aludiendo por oposición a “lo otro”, “lo diferente”. 

El tratado de Lógica de Dann (1961) expone que en la lógica tradicional se conoce el principio de identidad que fuera formulado por Zenón de Elea: Omne est id quod est; es decir, Todo lo que es, es. En la forma negativa sería Todo lo que no es, no es. Este principio se formula A es A (en su forma positiva); no A es no A (en su forma negativa); lo que en última instancia implica una contradicción.

Desde una visión ontológica, identidad expresa una completa correspondencia entre un concepto y un objeto. La identidad de los seres conduce a los propios seres; del “esto es” se pasa al “esto es esto”, lo que lleva a la generalización: “todo ser puede predicarse de sí mismo” en virtud de que su esencia nos acerca a su “mismidad”. Si se negara la mismidad, se negaría su esencia.

En un sentido antropológico cultural, la identidad es un proceso que permite que un conglomerado de personas se transforme en una unidad que posee coherencia interna, donde la identificación está encadenada fuertemente a la cultura internalizada por cada individuo a través de su proceso de socialización.

En psicología, la expresión “yo soy yo” permite establecer si algo posee identidad o no. Los procesos identificatorios se dan como nexos emotivos con otras personas o situaciones en las que una persona se comporta como la persona o situación a la que se une dicho nexo. La identificación expresa, pues, las circunstancias que diferencian a una persona de las demás. La Planche (1970) en su “Diccionario de psicoanálisis” expresa que “La identificación es un proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma parcial o totalmente sobre el modelo de éste”. 

En todos los casos de identidades, junto con lo que se identifica está presente lo que se diversifica. Es así como la dialéctica de la identidad entra en juego en cuanto se pregunta por la clase de identidad objeto del discurso; pues puede hablarse de identidad individual, colectiva, estructural, institucional, nacional, cultural, posnacional.

El hombre, en tanto ser biológico, se inscribe en el concepto de identidad individual y sigue un proceso de estructuración y desarrollo sin perjuicio de que su identidad pueda ser afectada por situaciones contingentales. Sin embargo, su identidad no queda reducida al tipo que caracteriza a la identidad biológica, sino que, sin perjuicio de ésta, posee una identidad cultural. La imagen del mundo que da la cultura tiene sentido a través de una jerarquía de valores. Esos valores hacen que el individuo se sienta más próximo y similar con quienes integran el propio grupo. Aquellos con quienes el individuo se identifica son su grupo de pertenencia. Están incluídos en la identidad del yo, del mío y son visualizados como grupo de referencia positivo.

Del otro lado están quienes expresan la alteridad (ellos, los otros) de quienes nada le cuesta al individuo diferenciarse. Ellos tendrán su propio grupo de pertenencia. Los otros permiten al individuo avanzar hacia la búsqueda del yo como persona única e irrepetible. Así, la identificación permite que el individuo se reconozca en el otro.

El hombre necesita experimentar un sentimiento de identidad, aspecto que fluye de la propia condición de la existencia humana. Sólo después de que percibe el mundo como algo separado e independiente de sí mismo, el hombre toma conciencia de sí como un ser diferente. De esta manera aprende a decir “yo” con referencia a sí mismo. Es el aprendizaje de la alteridad.

El ser humano experimenta continuamente relaciones de interacción en las que tienen mucho peso las acciones y reacciones modificadoras de la sociedad. Toda individualidad se constituye a través de condicionamientos sociales y de su toma de posición respecto de los mismos; por lo que es reconocida según pautas de identificación de carácter socio-cultural. 

La identidad colectiva comúnmente hace referencia a un pueblo, trátese de una etnia o de una nacionalidad. Es la presencia de un espacio más vasto que el del “yo”, “nosotros”. A veces se utilizan como sinónimos otros términos más imprecisos: “alma”, “ser nacional”, espíritu de un pueblo”, “conciencia nacional”.

Para algunos estudiosos de la identidad colectiva como Recondo (1997), ésta significa señalar las notas duraderas que facilitan reconocer a un pueblo, comunidad o etnia frente a los demás (por ejemplo: territorio, demografía, instituciones, lengua, religión, pautas culturales). Entonces, la identidad colectiva está constituída por sistemas de creencias, actitudes y comportamientos que se le comunican a cada miembro de la comunidad por el solo hecho de pertenecer a ella. Es una representación intersubjetiva que comparten la mayoría de las personas de un pueblo, un grupo o una comunidad, al autopercibirse como miembros de dichos colectivos.

Recondo señala las siguientes características de la forma colectiva de ser:

a.)          La identidad se alcanza por abstracción (detectando las características comunes)

b.)          El conjunto de notas singulares constituye un haber colectivo, transmitido por la educación y la tradición.

c.)          Las características definitorias de un pueblo permanecen a pesar de los cambios.

d.)          El pasado y la historia común ordenan y señalan los rumbos (Recondo, 1997, p. 109).

 

En esta línea de pensamiento de lo histórico – social de la identidad, soporte del enfoque diacrónico del presente trabajo, Sambarino expresa, haciendo énfasis en la importancia de los estudios diacrónicos, que:

 

Toda individualidad es histórica y social en su identidad, y en la construcción de su identidad; por lo tanto, toda identidad humana es histórico - social, o sea, cultural. Por ello, la búsqueda de una identidad para un grupo, nación, pueblo, ha de ser de carácter histórico-social, ha de buscarse en el devenir histórico (Sambarino, 1980, p.17).

 

En el caso de Venezuela, la identidad (en criterio de la mayor parte de los tratadistas) suele entenderse como una realidad a la que se vincula una situación histórica, y es usada por lo menos en dos sentidos: como factor explicativo de lo que acontece, y como criterio regulativo de lo que se ha de hacer. Así, cuando se pregunta por la identidad del venezolano es posible entender que se pregunta, en primer lugar, si esa identidad se manifiesta de alguna manera en actividades, hechos, costumbres, formas de ser, incluyendo el pasado histórico; si se puede describir la identidad, sea por los fracasos, sea por los logros. En segundo lugar, se pregunta si es preciso impedir, mediante su fortalecimiento, que esa identidad sea deformada por presiones ajenas a su propio desarrollo.

En este punto es necesario precisar el papel de la identidad cultural. Una de las varias acepciones de cultura establece que la cultura es el resultado de un proceso de creación y recreación humana continuo, dinamizado por los cambios que suceden en las relaciones que mantienen los hombres que viven en sociedad.

Por ello, el hombre no sólo es creador de cultura sino producto de ella. Pareciera, entonces, que los elementos culturales para la identidad son múltiples, que no existe una sola identidad cultural sino una secuencia de identidades. Cada marco histórico incorpora progresiva y dialécticamente nuevos elementos, pero que se cimientan en las anteriores.

La identidad cultural opera, por un lado, como un proceso estructural donde el reconocimiento se establece sobre el contenido actual y fenoménico singular de la cultura; y por otra parte, como un proceso histórico conformado por identificaciones con contenidos culturales que responden a momentos históricos definidos, pero con elementos culturales de identidades históricamente superadas.

Es así como la vida social del hombre requiere de procesos de identificación; ellos se objetivan dentro de las comunidades por pequeñas que éstas sean; reflejan comunidad de intereses, relaciones que determina de uno u otro modo lo que constituye su personalidad común compartida. Y esa personalidad es el elemento diferenciador y, al mismo tiempo, unificador de las perspectivas vitales de todo grupo humano.

Es importante hacer notar que el desarrollo de una conciencia histórica sobre la cultura de los pueblos, es un compromiso que está fuertemente ligado a la defensa de la herencia histórica, de la identidad nacional, de la soberanía de los pueblos.

Al parecer, en forma un tanto distorsionada, en Venezuela la cultura se ha identificado generalmente con la creación de bellas artes, como un proceso individual surgido de un pensamiento singular y solitario, destinado al goce individual y personal de los espectadores. Para Vargas y Sanoja,

 

Esa posición elitista contrasta con lo que propugnamos muchos científicos sociales en América Latina: que la cultura de un pueblo resume la totalidad de la actividad creadora de todos sus individuos en todos los momentos de su historia. Podemos hablar de culturas de clase, podemos hablar de cultura de burguesía, donde las bellas artes son el paradigma y la creación popular, el exotismo vernáculo
(Vargas y Sanoja, 1993, p.36).
 

 

Se entiende así el interés permanente de muchos venezolanos por cuidar y fortalecer su identidad mediante mecanismos educativos que partan de la totalidad de su actividad creadora, de su esencia vivificadora, de su inteligencia afectiva, que en definitiva van a constituir su propia expresión.

En los procesos de construcción social de identidades en tanto representaciones simbólicas, se privilegia el análisis de cómo en esos procesos se despliegan la creatividad y la expresión de individu individuos y grupos sociales, se presentan conflictos de intereses, se imponen o transan decisiones.

Al hablar de construcción de identidades y de predicamentos contenidos en discursos que participan en los procesos de construcción de esas identidades, Mato (1995) asume que identidad y expresión cultural son representaciones simbólicas socialmente construidas y no legados pasivamente heredados.

Esto no niega el hecho de que elementos culturales característicos de cualquier grupo social sean transmitidos de una generación a otra. Lo que se niega es que la transmisión sea un hecho natural. Tal transmisión es un proceso humano y social del cual se encarga la educación.

Históricamente, las personas que han integrado diversos grupos sociales han llegado a identificarse como miembros de una colectividad determinada en virtud de compartir ciertos elementos culturales. Se identifican afirmativamente como pertenecientes al mismo endogrupo, que actúa asimismo como grupo de referencia.

Pero también ha sido históricamente frecuente la identificación por oposición, expresada por la visión etnocentrista del endogrupo. Este tiende a percibir negativamente a algunos exogrupos que encarnan valores opuestos a su filosofía o a su manera de ser.

En la actualidad, se ha expandido el pensamiento postmoderno que privilegia la historicidad frente a la hegemonía de la razón. Para los postmodernistas resulta característico en las sociedades modernas la existencia de diferentes visiones del todo societario, y por ende, de la construcción de la identidad. Esta tiene que ver con los procesos de significación que caracterizan las producciones de la cultura. De allí que para los postmodernistas es importante la afirmación de la no existencia de certezas y paradigmas absolutos. De esta manera, se privilegia la práctica como fuente de configuraciones sociales en lugar de los paradigmas y los esquemas uniformadores y teóricos que habían venido caracterizando a los anteriores modelos de la modernidad.

Hoy se maneja una concepción dialéctica de la identidad. Esta es dinámica ya que no es un hecho sino una construcción, y se define desde las dinámicas del cambio cultural y la oposición. La identidad se precisa por las diferencias antes que por las homogeneidades.

Dufour (1989) estima que una identidad nacional o étnica no se define por su contenido sino más bien por su frontera. Se trata de un vínculo relacional con el otro, que se establece a partir de la diferencia del “nosotros” en relación con “ellos” o “los otros”.

Por su parte, al desarrollar la idea de que la identidad es un concepto oposicional, Colombres (1987) recuerda que las personas y los grupos se afirman como tales para diferenciarse de otras personas o grupos. La separación y diferencia, muchas veces, tiene por objeto mediato la oposición a ciertas visiones del mundo, intereses económicos o poderes políticos. En esta concepción, la identidad se considera en oposición o confrontación con otra u otras, lo que lleva a la superación de ambas a través de una síntesis dialéctica hegeliana. Esta dialéctica deberá integrar lo diverso, respetando las partes para producir el acuerdo.

Luego de las suscintas consideraciones anteriores sobre identidad, ¿qué queda claro sobre el constructo identidad a ser manejado en el presente trabajo?. Es importante aseverar, en primer término, que el proceso de identificación radica fundamentalmente en la continuidad de una conciencia profunda que es lo que nos dice que somos los mismos, a pesar de los cambios. En segundo lugar, la identidad es un plebiscito que se construye, deconstruye y reconstruye diariamente entre los miembros de una comunidad.

Así mismo, la identidad cultural de las comunidades históricas no se adopta o acuerda; solo se toma conciencia de ella. Por ello, se hace necesario examinar la historicidad social, que constituye el fundamento de toda identidad colectiva humana.

Más que hablar de una identidad individual o colectiva, es importante tener conciencia de que se posee una identidad, porque ello lleva a interiorizar lo que se es, a tener una real identidad, amen de que ésta esté limitada a la coexistencia de ideas, valores, creencias, sentimientos, y objetivaciones culturales de una comunidad dada.

Aún cuando los pueblos de América Hispana siguen renovando el llamado “mito de la identidad” como una estrategia de autoafirmación, se ha de admitir que existen elementos comunes que permiten crear y desarrollar la identidad individual y colectiva, sin perjuicio de eventuales mutaciones. Ello sirve para fortalecer a través de la educación, la razón de existencia de esos pueblos con miras a interactuar en el concierto universal.

Las deliberaciones que tuvieron lugar en la Conferencia General de la UNESCO reunida en Belgrado (1980) mostraron la coincidencia de la gente sobre la valoración de la identidad como fuente de inspiración, como principio dinámico y como cimiento integrador de la sociedad. Defender y desarrollar la propia cultura no es oponerse a la universalidad, sino apuntalar los elementos configurativos del ethos cultural y sus valores más significativos.

Por su parte, Juan Pablo II en su discurso ante la UNESCO (1980), refiriéndose a la identidad como elemento integrador del ethos cultural de las naciones, expresa: “Velad, con todos los medios de que disponéis, por esta soberanía fundamental que posee cada nación en virtud de su propia cultura” (p.2).

La vida social del hombre requiere de procesos de identificación; ellos se objetivan dentro de las comunidades por pequeñas que éstas sean; reflejan conjunción de intereses, relaciones que determinan de uno u otro modo lo que constituye su personalidad común. Y esa personalidad es elemento diferenciador y al mismo tiempo unificador del grupo.

 

Bibliografía de consulta

- Alfaro, L. (1996). Pedagogía de la Identidad Nacional. Caracas: Ed. FEDEUPEL.

- Berger, P. y Luckmann, T. (1993). La Construcción social de la Realidad. Buenos Aires: Amorrortu editores.

- Dann, E. (1961). Lógica. Buenos Aires. Ed. Mundi.

- Dufour, Ch. (1989). Le Defi Quebecois. Montreal: L´exagone.

- Finkielkraut, A. (1987). La derrota del Pensamiento. Barcelona: Ed. Anagrama.

- Kockelmans, J. (1975). Toward an Interpretative or Hermeneutic Social Science. Graduate faculty philosophy journal.

- Radnitzky, G. (1970). Contemporary Schools of Metascience. Suecia: Akademiforlaget.

- Recondo, G. (1997). Identidad, Integración y Creación Cultural en América Latina. Argentina: UNESCO/Ed. Belgrano.

- Vásquez, E. (1994). Filosofía y Educación. Mérida: Universidad de los Andes.

 

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